viernes, 22 de febrero de 2013

Hoy amanecí muerto, con dolor en los codos, en la espalda y en las piernas. Fuí temprano donde ella, lucía mucho mejor que cuando la fuimos a dejar. Tenía la comida esperando, ella no podía comer sola, un brazo lleno de vías y el otro prácticamente inmóvil por el dolor. Ahí fue cuando me llené de un amor tan grande, sé que cuando bebé tú solías darme la comida y en esta desastroza situación, era mi turno de retribuirte y, aunque fuera una lata hacerlo por cualquier otra persona, contigo fue especial, sentí que no había obligación en mis actos, sino que solo un gran amor por ella. Estaba tan indefensa, tal como muchas otras veces antes, pero esta vez fue distinto, no fue un pesar cuidarte, no fue una molestia hacerme cargo de todo acá en la casa, porque como es sabido, mi papá y mi hermano son bieeen inútiles. Esta vez fue agradable, de puro amor y lo comento no para que digan "Oh, el tipo bueno" ni nada de eso, sino que porque fue una sensación tan profunda que no podía no compartirla con el yo del futuro.

Si hay algo cierto en este mundo, y es una de las pocas cosas sobre las que tengo certeza, es de que la amo más que a cualquier cosa en el mundo.

La llamé al terminar el punto y aparte anterior, porque me dijo que la cambiarían de sala. Me dijo que no está bien, que tiene fiebre y que tal vez tengan que operarla. Dios mio ¿Otra operación? ¿Es necesario que pasemos esto de nuevo? Sé que no debiera cuestionar estas cosas, pero me cuesta tanto entender esto. En momentos como este, solo se puede rezar.

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