Hoy fue un día maravilloso y, aun así, tengo pena. Tengo ganas de llorar porque no entiendo al mundo. No logro entender qué tiene de malo lo que hacemos, por qué hay gente que desprecia si no conoce.
Tengo la convicción de que lo que siento es correcto, que está bien, que me hace bien, que no hiere a nadie, que es demasiado real, que nació ingenuo y tímido y, por la cresta, que no puedo encontrarle nada extraño, nada antinatural, nada forzado, nada enfermo.

Nos queremos, lo sé, puedo percibirlo, pero me mata en el alma que nadie en mi familia lo va a entender nunca, que nadie de ellos nos va a apañar, a dar consejos, a hacernos la vida más fácil. No podré invitarlo a comer a la casa, llevarlo para el cumpleaños de mis hermanitos, ni siquiera invitarlo a jugar play sólo porque es hombre.

Y no es que me pase rollos de más, porque sé que estamos recién empezando y todo, pero me apena que en el futuro no pueda sentir apoyado ni querido por mi familia si es que no me enamoro (y me resulta) con una mina (que es posible, pero no controlable)

Me da lata que haya personas prejuiciosas que no sean capaces de ver el amor más allá de los envases. Me da pena tener que esconder esto que me está haciendo sentir tan bien, me da pena no poder andar sonriendo ni contento en mi casa por miedo a que se enteren cuál es el motivo.

Esta vez no me da miedo, me da pena.